Un día de mucho calor, Antoine, vio de pronto un seno blanco, liso, perfectamente redondo, por el escote de la bata entreabierta. Ese instante mágico duró toda una vida. Antoine ya desde pequeño frecuentaba la peluquería. Cuando tenía doce o trece años, su deseo de ir aumentó al descubrir a la peluquera. Más que otra cosa le encantaba la forma de esa mujer de ir hacia él, su olor, su amabilidad y su voz dulce y pausada. Se imaginaba que el hombre que viviera con ella debía ser el hombre más afortunado de la tierra. Desde entonces, se juró así mismo que un día se casaría con la peluquera.
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